La caja malvada
Autor: Omar Alvarado DÃaz
(4.3/5)
(2452 puntos / 570 votos)
Él tenÃa una pequeña caja donde almacenaba sus recuerdos, habÃa sido diseñada para eso, para guardar recuerdos, pero como suele suceder, terminó guardando en ella de todo un poco, asà que además contenÃa ilusiones, sueños, ambiciones, rencores, deseos y palabras que nunca se dijeron.
A él le gustaba imaginar que su caja era de marfil, aún cuando el tiempo demostró que era sólo de hueso común y, también suponÃa que en su interior habÃa una infinidad de pequeños compartimentos donde él, se esforzaba por ordenar todo lo que allà guardaba, sin embargo cuando querÃa recuperar algo descubrÃa con pesar que no estaba en el lugar donde lo habÃa depositado y era necesario invertir mucho tiempo en su búsqueda, a veces pasaban semanas sin que apareciera.
Le preocupaba el hecho de que las cosas cambiaran de lugar y a veces pareciera que se ocultaban, por lo que comenzó a obsesionarse con la idea de que la caja tenÃa vida propia y era ella quien las movÃa, esto claro está, sólo para molestarlo.
Una tarde de primavera, caminando de su trabajo a casa, cruzó un parque en el que un macizo de azucenas estallaba en grandes ramos de flores, le pareció recordar que su madre, en la casa donde pasó su infancia, cultivaba en una maceta una planta similar, buscó de inmediato ese recuerdo en su caja de marfil y la caja con una risa ahogada que nada más él podÃa oÃr, le devolvió otro recuerdo, también de su Madre y de flores; pero en este aparecÃa ella muy bien arreglada, peinada, maquillada, vistiendo su mejor vestido, con las manos cruzadas sobre el pecho, los ojos entrecerrados y reposando en un ataúd toda rodeada de flores. Las lágrimas inundaron sus ojos, su cabeza giraba vertiginosamente, sus piernas escasamente lo sostenÃan, mientras de la caja salÃa una risa que lo estaba volviendo loco y a la que no podÃa acallar.
Estaba claro que la caja lo acechaba, buscaba sus momentos de distracción para revolver sus recuerdos y asà herirlo, cambiando los tristes por alegres y viceversa y, conforme pasaba el tiempo, la caja ideaba más formas de perseguirlo con el único propósito de hacerlo sufrir.
Una noche de verano, en su cama lo acompañaba la soledad, hacÃa calor pero la soledad es una frÃa compañera por lo que se cubrÃa con una vieja manta de la cual no podÃa recordar su origen, imposible conciliar el sueño, el ruido infernal de miles de pequeños compartimentos abriéndose y cerrándose mientras intercambiaban su contenido le impedÃa descansar, cerraba los ojos y aun asà veÃa cómo la caja disimuladamente lo observaba, veÃa su desesperación, medÃa su angustia y conforme estas crecÃan, la caja más y más desordenaba su contenido, como un experto croupier que barajara un mazo de cartas.
Ante la imposibilidad de detener la frenética actividad de la caja, decidió seguirle el juego y concibió una idea que le pareció magistral, ya no buscarÃa más nada, de ahora en adelante sólo abrirÃa un compartimento al azar y recrearÃa su contenido. Dejó que los compartimentos giraran y giraran y cuando supuso que la caja estaba descuidada, atrapó uno y lo sostuvo con firmeza; una pequeña etiqueta de color amarillo montada en un porta etiquetas de metal oxidado indicaba con tipografÃa antigua: “Ilusiones”.
Su corazón se aceleró, su respiración se agitó, los nervios lo traicionaban, ¿qué podrÃa haber allÃ? EstarÃan las tantas veces que sus sentidos lo engañaron jugándole malas pasadas o serÃan situaciones irreales que alguna vez le sugirió la imaginación? Abrió el compartimento y de él salto una muchacha joven, rubia, sonriente y de cara bonita, era Marlene aquella compañera de su primer trabajo, a dos escritorios de distancia la miraba de soslayo buscando evitar que se diese cuenta de que él no podÃa apartar su mirada de ella.
Marlene además de rubia y bonita, era simpática, por lo que siempre estaba rodeada de uno o varios compañeros de trabajo, esto aunado a la timidez de él, limitaba la ilusión a sólo mirarla. Una tarde coincidieron a la salida del trabajo, llovÃa y él ofreció acompañarla y compartir su paraguas, con una sonrisa enorme que mostraba lo blanco de sus perfectos dientes ella dijo Siii con marcado entusiasmo, lo tomó del brazo y acercando su cuerpo al de él caminaron hacia la estación del transporte.
Finalmente él tenÃa la oportunidad que tanto habÃa imaginado, estar a solas con ella y decirle lo que sentÃa, pudo haber dicho “Quiero todo contigo” o “Me gustas” o “Te veo y me estorba la ropa” o simplemente “Te invito un café”, pero la mano de ella tomándolo del brazo, su cuerpo tan cerca del suyo bajo el paraguas, las piernas rosándose a cada paso y el perfume embriagador que de ella emanaba, le sellaron los labios, sin poder articular palabra alguna la acompañó hasta el transporte hizo un ademán que pudo haber sido un adiós y se perdió en medio de la lluvia.
Los sollozos ahogaban su garganta, la tristeza lo invadió y cuando quiso depositar el compartimento en su lugar vio con horror que la caja habÃa hecho otro cambio, sólo que en esta ocasión en vez de cambiar el contenido, habÃa cambiado la etiqueta, el sudor que caÃa de su frente diluyó la tinta de la sobre escritura “Ilusiones” y dejó al descubierto el tÃtulo original: “Palabras que nunca se dijeron”.
Con el paso del tiempo la situación empeoraba, la caja no sólo cambiaba las cosas de lugar, ahora además abrÃa permanentemente diferentes compartimentos y le leÃa en voz alta su contenido. Un dÃa proveniente de un compartimento etiquetado como “Ambiciones”, le leyó al máximo volumen, aquel proyecto de estudiar Derecho y convertirse en un paladÃn de la justicia, defender a los inocentes, procesar a los culpables y, ser reconocido por su imparcialidad y buen juicio.
Y entonces, por primera vez reconoció que la caja tenÃa vida e inteligencia propia y comenzó a tratar de dialogar con ella, -sÃ, yo ambicionaba ser Abogado porqué mi Padre fue injustamente despojado de todo lo que logró en su vida y yo debÃa recuperarlo e impedir que eso le sucediera a otros-.
La caja rápidamente abrió otro compartimento, en este caso uno etiquetado como “Definiciones” y recitó. Ambición: Deseo ardiente de conseguir algo por lo que se lucha con vehemencia. Acto seguido lo increpó, tú qué hiciste además de fantasear con la idea e imaginarte en el estrado dictando sentencia, cuándo tomaste un libro de leyes? Cuándo preguntaste en la escuela libre de derecho cuáles eran los requisitos de admisión?
Y nuevamente la caja abrió otro compartimento la etiqueta decÃa: “Hechos”, de allà resumió rápidamente su vida: Burócrata de lunes a viernes, trabaja en oficina de gobierno de ocho a tres, las tardes televisión, los fines de semana cine y futbol.
La caja entonces le brindó una nueva sorpresa; inició moviendo su contenido a voluntad, luego comenzó a hablarle y ahora le proyectaba imágenes. Él cerró los ojos y los cubrió con ambas manos, aun asà las imágenes de una nitidez impresionante seguÃan desfilando frente a él, en ella se vio como la caja lo veÃa, estaba él en un salón enorme lleno de escritorios, vistiendo un viejo traje obscuro, brillante de tanto plancharlo, camisa blanca con el cuello percudido, corbata descolorida salpicada de algunos restos de pasadas comidas, atrás de un escritorio gris repleto de expedientes amarillentos que simulaba estudiar y que en realidad sólo tomaba de un anaquel para colocarlo en otro (lo mismo que hacÃa la caja).
La aflicción lo invadió, las imágenes se seguÃan proyectando, las voces no cesaban, seguÃa el movimiento de los recuerdos, ilusiones, sueños, ambiciones, rencores, deseos y palabras que nunca se dijeron y, que no eran otra cosa más que su vida.
Era necesario acallar las voces! Era necesario parar el movimiento de los compartimentos! HabÃa que borrar las imágenes! Buscó con desesperación la llave de la caja, habÃa decidido vaciarla de una vez por todas, recorrió la pequeña habitación y no la encontró, terminó agitado, con un fuerte dolor en el pecho y recargado en el viejo escritorio de su abuelo que hoy ocupaba una esquina del aposento, revisó los cajones, buscó algo que le permitiera abrir la caja y, asà encontró un objeto metálico, lo recargó en el borde de la caja y lo oprimió contra ella.
Se escuchó un gran estruendo que acalló las voces, la tapa de la caja voló en mil fragmentos de hueso, de hueso común, los compartimentos se esparcieron por toda la habitación incrustándose en las paredes de la misma, dejando allà pequeñas marcas de color sepia y su contenido al contacto con el aire se inflamaba, produciendo diminutas llamas rojizas.
Ahora sólo hay silencio y por fin él ha recuperado la paz y tranquilidad perdidas hace ya tanto tiempo.
***
Más tarde, sentados en la orilla de la cama, el médico forense y el inspector de policÃa observan la habitación y el desastre que allà impera, el inspector mira con detenimiento el antiguo revólver y dice en voz muy baja, como si hablara consigo mismo: “Hubiera jurado que este viejo armatoste no disparaba”.
Otros cuentos de ciencia-ficción que seguro que te gustan:
- El mundo perdido
- El ataque alienigena
- Multiversos
- Soñé que podÃa comprar el camino al cielo.
- El virus de la humanidad
¿Te ha gustado este cuento? Deja tu comentario más abajo
(Nota: Para poder dejar tu comentario debes estar registrado.TodavÃa no lo estás? Hazlo en un minuto aquÃ)
Últimos comentarios sobre este cuento
Nombre: Juan
Comentario: De antologia, me recuerda otras cajas, pandlora, y la caja negra de la ciencia.
Fecha: 2018-01-02 05:34:55
Nombre: Juanll
Comentario: Un relato excepcional, digno de un Borges.