De otro tiempo. Otros cuentos


De otro tiempo

Autor: Juan Cárcamo Romero

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Cuento publicado el 17 de Junio de 2008


Todo está oscuro y al igual como el paisaje recupera sus formas cuando la neblina se aleja, así comienzo a distinguir detalles del lugar en que me encuentro.
Reconozco unas ventanas, una mesa y cuadros que cuelgan de la pared. No sé exactamente donde estoy ni como llegué hasta allí, pero siento que todo me es familiar.

Escucho un susurro, me volteo y estás de espaldas hacia mí preparando algo. Creo que es una infusión por el vapor que se desprende. Te das vuelta y te me quedas mirando con una tristeza infinita. Sé que te llamas Gabriela aunque no sé cuando me dijiste tú nombre.
Me ofreces la infusión que preparabas y cuando intento extender mi brazo para recibirla, me veo a mi mismo detrás de mí apoyado en el marco de la puerta que da hacia la calle.
Tú pasas por mi lado sin verme, y apoyas tu cabeza en mi hombro.
Estoy muy cansado y mi ropa manchada de sangre.
El color de mi piel es oscuro al igual que el de tus manos que acarician mi mejilla.
Siento ruidos afuera y me lleno de un pánico aterrador. Tú insistes en que me esconda pero me desdibujo y desparezco conmigo en medio de la niebla que se apodera del lugar…
Tú cantas ahora y te llamas Elena. Me busco entre la multitud hasta que me veo sentado en la primera fila frente a ti, como todas las noches. El lugar en donde estoy es una casona grande al borde del mar. Las paredes son de piedra y esconden a los fantasmas de los esclavos que en otro tiempo encerraban allí. Permanezco embrujado por tu canto y las horas parecen no pasar. A ratos, el humo del cigarro hace difuso tu rostro intensamente blanco que contrasta con el marrón de tus ojos. Pero lo he visto tanta veces que conozco al detalle cada una de sus facciones y ya no preciso de verlo.
Tú sabes que estoy ahí porque siempre miras hacia donde estoy.

Ahora le pido al señor de sombrero azul que me tome una fotografía con la ciudad de fondo. El calor es intenso y sofoca pero el guía se encarga de que ese sea un detalle salvable en medio de las historias que va narrando. Todo me resulta fascinante, las calles estrechas que suben y bajan con adoquines centenarios, las casas de colores brillantes y las numerosas iglesias que pueblan en centro histórico de esa ciudad.
Nos detenemos en la plaza y es raro, pero un dolor agudo y lineal recorre mi espalda varias veces. Me quedó ahí por un rato mientras el grupo se aleja. El dolor cesa pero no deja de resultarme extraño…
Creo que esa noche no debí haber abandonado la casa. Traté de persuadirme de que no lo hiciera pero todo transcurrió de la forma en que sucedió. Era obvio que me buscarían por cada rincón de la plantación. Escuchaba la jauría de perros y los gritos de los negreros por todas partes. Debí haberme quedado en el escondite que me preparaste, pero no quería involucrarte.
Y ahí me veo ahora, encadenado y arrastrado hasta el madero de la plaza donde me amarrarán como escarmiento para los demás. Me dejarán a pleno sol y lentamente me iré deshidratando ante la mirada de todos. De vez en cuando me despertarán con golpes de látigo en mi espalda y lo repetirán una y otra vez hasta que ya no despierte….
Y tú sigues cantando y yo sigo mirándote y escuchando tu canto. La cadencia de tus melodías reviven las historias de los esclavos que allí habitaron desprotegidos de sus dioses, dioses vencidos que quedaron muy lejos en las costas africanas…
De nuevo la niebla borra los detalles del espacio de tiempo que habito hasta que todo se aclara y me sorprendo saludándote en un pasillo del hospital…me resultas familiar pero no creo saber por qué. Me dices tú nombre y sigues de largo mientras yo vuelvo a la sala y continúo evolucionando mis pacientes.
Ahora ya casi todos se han ido, pero yo permanezco ahí esperando que bajes del escenario para invitarte un trago y luego a caminar por las calles solitarias de un Salvador de Bahia de principios de siglo.

//alex


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