Hay algunos castores, en esta ladera, que nunca han construído un hogar. Hace tiempo dejaron de hacerlo.. ellos soñaban con vivir al aire libre, sin tener preocupaciones ni la necesidad de responderle a nadie por sus actos. Algunos se volvieron carnívoros: comenzaron a devorar insectos pequeños, algunos perros (que curiosamente iban a visitar las zonas "castoriles" ) y luego, como para demostrar más fiereza, sostuvieron peleas con los leones que, de vez en cuando, circundaban el ambiente de los castores . ¿Locos se podría decir? La situación pasó a ser nociva cuando los bosques colindantes a la ladera del río se vieron vacíos. Ya no habían quiltros ni leopardos ni ningún bichito, menos patos y gallinas que pudieran alegrarle los días a los castores ( cada cierto tiempo estos animales también celebraban reuniones con los castores). Así fue como, poco a poco, los castores se extinguieron uno por uno. Algunos de hambre, otros de pena. Pero hubo uno especial, uno que nunca mantenía la cordura. Con las pocas fuerzas que le quedaban (había pasado dos semanas ya desde que no había alimento), se aventuró a salir de su lugar habitual. Siguío el río en dirección contraria. Corrió con todas sus fuerzas. Sus patas no tardaron en gastarse; los gigantes dientes se erosionaron con el soplido del viento. ¿Llegó? Sí, lo hizo. Y cuando miró a su alrededor buscando comida, no encontró absolutamente nada. Urgó por todos los sectores de la colina. Vió la muerte venir: estaba solo, ya era de noche, no tenía nada más que agua. De pronto, un ruído tormentoso. El río aumentó su caudal (varias situaciones inexplicables se habían conjeturado). El castor sintió miedo, miedo a su soledad y a la imposibilidad de hacer nada. Pensar, pensar en un futuro con vida estaba muy lejos de la realidad. Nadie lo podía ayudar. Una especie de ola gigante golpeó la tierra e inundó los bosques próximos al río. La ola llegó donde el castor. Lo arrastró, le rasgó la piel. Ciertos sectores del agua se tornaron de un rojo claro, como esparcido y suave. Pasaron días, semanas.. Toda la falda de la colina se había inundado. ¿Quedó algo? Nada, nada que no fuera la muerte y manchas rojas a intervalos. Algo diminuto se movió, como de espanto. Era el castor. Se había quedado sin dientes, sin cola, sin fuerzas para seguir viviendo. Alcanzó a divisar una islita, una pequeña islita. Estaba poblada. Eran sus otro amigos castores, quienes golpeaban su cola enséñándole al ahogado animal que eran ellos y no una ilusión. ¿Era la vida aquello? Probablemente. El lago se volvió completamente rojo. Desde ahí, a nadie le importó, más que a mí, que ahora estoy en el cielo, soñar. Claro, soñar aún en este mundo de mierda todavía sigue siendo gratis. Y mientras yo sueñe y pueda ilusionarme a volver con mis amigos castores, lo haré. No les quepa duda..
Hay algunos castores, en esta ladera, que nunca han construído un hogar. Hace tiempo dejaron de hacerlo.. ellos soñaban con vivir al aire libre, sin tener preocupaciones ni la necesidad de responderle a nadie por sus actos. Algunos se volvieron carnívoros: comenzaron a devorar insectos pequeños, algunos perros (que curiosamente iban a visitar las zonas "castoriles" ) y luego, como para demostrar más fiereza, sostuvieron peleas con los leones que, de vez en cuando, circundaban el ambiente de los castores . ¿Locos se podría decir? La situación pasó a ser nociva cuando los bosques colindantes a la ladera del río se vieron vacíos. Ya no habían quiltros ni leopardos ni ningún bichito, menos patos y gallinas que pudieran alegrarle los días a los castores ( cada cierto tiempo estos animales también celebraban reuniones con los castores). Así fue como, poco a poco, los castores se extinguieron uno por uno. Algunos de hambre, otros de pena. Pero hubo uno especial, uno que nunca mantenía la cordura. Con las pocas fuerzas que le quedaban (había pasado dos semanas ya desde que no había alimento), se aventuró a salir de su lugar habitual. Siguío el río en dirección contraria. Corrió con todas sus fuerzas. Sus patas no tardaron en gastarse; los gigantes dientes se erosionaron con el soplido del viento. ¿Llegó? Sí, lo hizo. Y cuando miró a su alrededor buscando comida, no encontró absolutamente nada. Urgó por todos los sectores de la colina. Vió la muerte venir: estaba solo, ya era de noche, no tenía nada más que agua. De pronto, un ruído tormentoso. El río aumentó su caudal (varias situaciones inexplicables se habían conjeturado). El castor sintió miedo, miedo a su soledad y a la imposibilidad de hacer nada. Pensar, pensar en un futuro con vida estaba muy lejos de la realidad. Nadie lo podía ayudar. Una especie de ola gigante golpeó la tierra e inundó los bosques próximos al río. La ola llegó donde el castor. Lo arrastró, le rasgó la piel. Ciertos sectores del agua se tornaron de un rojo claro, como esparcido y suave. Pasaron días, semanas.. Toda la falda de la colina se había inundado. ¿Quedó algo? Nada, nada que no fuera la muerte y manchas rojas a intervalos. Algo diminuto se movió, como de espanto. Era el castor. Se había quedado sin dientes, sin cola, sin fuerzas para seguir viviendo. Alcanzó a divisar una islita, una pequeña islita. Estaba poblada. Eran sus otro amigos castores, quienes golpeaban su cola enséñándole al ahogado animal que eran ellos y no una ilusión. ¿Era la vida aquello? Probablemente. El lago se volvió completamente rojo. Desde ahí, a nadie le importó, más que a mí, que ahora estoy en el cielo, soñar. Claro, soñar aún en este mundo de mierda todavía sigue siendo gratis. Y mientras yo sueñe y pueda ilusionarme a volver con mis amigos castores, lo haré. No les quepa duda..
//alex
Cuando las nubes tratan de joderte
Autor: David Lucas Sáez Toledo
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Cuento publicado el 05 de Octubre de 2011
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Fecha: 2012-03-27 13:51:20
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