Imperfecciones. Cuentos cortos fantásticos


Imperfecciones

Autor: Elsy Santillan Flor

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Cuento publicado el 22 de Octubre de 2009


La noche en que conocí a Manuel, una poderosa y terrible lluvia se abatía sobre el restaurante donde mi hermana mayor trabajaba.
Pese a estar gran parte de aquel negocio iluminado, yo sentía deseos de llorar y de aterrarme al delantal celeste que Clara llevaba puesto.
Pero estaba consciente que necesitaba mi trabajo, pues juntas debíamos enviar algo de dinero a nuestra madre y dos hermanos menores que vivían en un poblado tristísimo cerca de la montaña.

Veía el rostro de Manuel y muy adentro, sentía que ignoraba mi pena. El, provenía de otros lugares infinitamente mejores y no tenía porqué preocuparse de mí situación, ni de mis sentimientos.
Me llevó a una casa antigua y sobrecogedera que quedaba en una calle tortuosa pero bastante congestionada del centro de la ciudad.
Pronto supe que no tendría más servidumbre que yo, pero este detalle no me importó en lo más mínimo pues siempre había pensado que no existe mejor compañía que la soledad; lo que si me inspiraba temor era el aire de esa casa -denso y recargado- que se concentraba en los aposentos olorosos a naftalina. Me parecía que todos ellos atesoraban recuerdos y no precisamente halagadores.
Manuel me contó que en aquella casa había vivido con su madre, una mujer que se apasionaba por las antigüedades. Mis ojos se asombraron ante los inmensos bultos de santos, iguales a los que habían en la iglesia de mi pueblo: las mesas bellamente repujadas en nácar y los espejos, de cristales gruesos, que descansaban en las consolas de mármol.
También me dijo que había fallecido siendo ya muy anciana, varios años atrás.
Tuve lástima por él y no me explicaba cómo podía seguir viviendo en ese lugar tan solo. Después, aparté mis pensamientos y me propuse cuidar esa casa de la mejor forma.
A medida que pasaban los días una fuerte sensación se iba apoderando de mi. Era como un imán. como una corriente que se hizo visible, conforme me mantenía en la cocina, que era un recinto grande, descuidado, manchadas sus paredes por humos añejos, sucias sus baldosas por otras pisadas anteriores a las mías.
Aquella corriente semejaba una delicada gasa de encajes, un velo que siempre se mantenía corrido en el centro del aposento, pero que se hacia visible solamente para mí.
Manuel jamás puso reparos a mis labores.
Desde el primer momento me dio libertad para hacer y deshacer en su casa, explicándome que pasaba siempre ocupado y detestaba ser interrumpido.
Nunca supe lo que hacía.
Sólo sé que permanecía encerrado largas horas en su dormitorio escribiendo cosas en papeles o en libretines de colores verdes con rayitas negras. La casa tenía una pequeña biblioteca, y decidí leer mientras duraba mi permanencia ahí.
Aquella corriente, que empezó en la cocina, se había apoderado tanto de mi, que me producía la rara sensación de que siempre la hubiera conocido. Un libro que hallé me dio la clave, tiempo después, hablaba de vidas anteriores y de otras por conocer.
Si ésto era cierto, me interrogué si no había nacido por lo menos ciento cincuenta años atrás en esa misma casa, y quizá fui un señor de brillantes charreteras o una dama que guardaba sus secretos bajo las buganvillas del huerto de atrás.
Aparté mis pensamientos, que no me gustaban y seguí con mis quehaceres; sin embargo, noté que en mi interior empezaron a sembrarse una lenta pereza y una modorra indefinibles, que lograron que todo lo que había sido mi cotidianidad empezaba a importarme menos.
Fue así como olvidé a Clara y pedí a Manuel dejar mi sueldo en sus manos, evitando de este modo cualquier diálogo. La pena que experimenté al despedirme era hoy cosa muy lejana, al igual que el recuerdo hacia mi madre y el lugar donde nací.

Manuel salía de tarde en tarde de la casa y retornaba algunos días después. Jamás le averiguaba a dónde iba, ni lo que hacía, pero me entretenía recostándome en su cama, dando vueltas entre las almohadas, mientras imaginaba que besaba sus dedos largos, lo retenía en mi boca y lo saboreaba uno a uno con gran suavidad.
Esas noches permanecía desvelada.
Un rumor a fiebre agitaba mis miembros.
El dormitorio de Manuel quedaba al final de un largo gabinete llenos de cuadros, alfombras, mesitas y sobre ellas jarrones de China.
Muchas veces llegué a su puerta, y agucé el oído, pero solo escuché el golpetear de la lluvia en el tumbado y quizá en mi propia alma.
Transcurrieron las noches, las tardes, las mañanas.
Nada había cambiado; todo estaba estacionado y la monotonía formaba túmulos de polvo en las esquinas de la casa. Pero cierta vez, cuando el sol pareció tornarse violeta yo decidí en parte cambiar el destino de toda aquella vetusta existencia; recuerdo que me vestí con esmero y fui a la habitación de Manuel con el pretexto de llevarle una tasa de té, que nunca me pidió.
Lo encontré dormido en su cama.
Me senté a los pies de ella y me limité a mirarle, mientras pensaba que cuando su madre lo tuvo debía haber sentido mucha tristeza al saber que llevaría a ese niño a vivir en aquel caserón lóbrego, sin más compañía que el eco salpicado en las paredes; entonces me sentí intrusa, perturbando con mis ideas el invisible lazo que aún los unía. Repentinamente entendía que nada valía, y me pregunté que hacía yo en aquella habitación; qué pretendía de aquel hombre delgado, de apariencia frágil, que solo constituía para mi el más grande de todos los misterios.
Largo tiempo lo miré y cuando el té estaba frío decidí salir.
Lo hice en silencio y al llegar a la cocina sentí resbalar a la tristeza por mi piel y pensé, por primera vez en tanto tiempo, que era el momento de salir de allí, de buscar a Clara, o de retornar a mi pueblo y ver como habían usufructuado mi salarlo, aquellos que eran mis parientes.
Unas manos agarraron mis hombros.
La sensación era reconfortante, a tal punto que trocó mi pena en alivio.
Sentí la calidez de su aliento en mi nuca y una placentera excitación afloró en mi ser, quise volverme y besarlo, pero la sensación se tornó aletargante y tranquilizadora.
No se cuanto tiempo duró, pero sé que desde aquella vez algo se transformó en mi mundo. Algo indefinible y misterioso, que asemejaba a un trasladarme en el tiempo, atravesando aposentos de oscuros muebles y llegando a Jardines de exóticas flores, que se habrían y permitían que absorbiera un perfume de sangre y de misterio.
La corriente que me atrapaba volvió a hacerse presente y esta vez distinguí un rostro de mujer, unas arrugas profundas, en una tez llenas de polvos y unos ojos de mirada helada que sin hablarme me enviaron su mensaje.
Ignoro el momento en que Manuel se alejó de mi.
Al día siguiente nuestra vida fue tan normal como siempre, envuelta en el infatigable silencio que nos rodeaba y desde aquella noche, él llegó con gran frecuencia. Yo lo sentía atrás de mí y volvía a experimentar las sensaciones que acudían en -tropel desordenado y galopante.
No hacíamos el amor.
Jamás me besó en la boca, yo nunca saboree sus dedos largos y finos. Pero inventé formas de ensueño que me hacían perder de vista el tedioso mundo de cacharros y hortalizas.
¡LOS besos de Manuel!.
Me acostumbré a ellos como siempre me había acostumbrado a muchas cosas en la vida. me importaba él, con su presencia distante de los días y su manera furtiva de las noches.
Convertí a la cocina en el lugar más bello de la casa.
En ella esperé y viví; descubrí secretos y sepulté realidades; amé más allá del tiempo y de la vida. Tai vez, porque este ha sido el sino virulento de ásperas sorpresas, he visto transcurrir el tiempo, en la inmensidad de esta casa que ahora está bastante destruida.
Aquí, en el mortuorio silencio que le envuelve y en el espesor de las telarañas que cubren sus esquinas, voy Justificando mi existencia.
Estoy sola como siempre lo estuve, como así fue todo desde el origen.
Todo ha sido una visión fugaz, una vigilia, un lapsus en mi cerebro carcomido.
Pero he visto envejecer mi piel, encanecer mi peló; he sentido el horror de una enfermedad lenta, pero también no he querido mirar atrás.
La cocina siente.
Ella guarda y atesora el secreto y el milagro, es por eso que ya no he vuelto a abrirla. Un rumor a recuerdo viene a mi mente.
Algo oscuro y desesperante, pero a la vez candente y sugestivo. Algo que permanece y se esfuma. Algo que dice se debía hacer lo correcto, porque el amor es totalmente amargo e imperfecto. Acaso, muy similar a un suceso que me ocurrió a los pocos días de llegar aquí: confeccioné un platillo para el postre y sin pretenderlo, eché unas cuantas gotas de hiel sobre una torta rellena de frutillas...



//alex


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Últimos comentarios sobre este cuento

Fecha: 2010-06-06 09:53:38
Nombre: Paulina
Comentario: me gusto! :)
da la sensación de estar en aquella casa y vivir toda la experiencia de esta mujer :)
bueno!.


Fecha: 2009-12-03 08:01:55
Nombre: pipinlonstoki
Comentario: el cuento esta muy bien echo y te deja con esa sensación de saber que puede pasar o que paso en ese momento que le dio la tortita con frutas.....


Fecha: 2009-11-18 10:54:31
Nombre: Gina
Comentario: Es buena la historia que relatan aquí. Solo que...

...insisto que la redacción para mi opinión es pésima, tiene buenos recursos literarios, pero no los han sabido utilizar correctamente y es un tanto confuso su desarrollo. Revisar gramática.
saludos