Espinas de humanidad

El hombre de turbante atravesó el árido desierto con su pequeño arbusto en manos. Ambos sedientos y exhaustos por el largo recorrido decidieron detenerse para descansar. El arbusto comenzó a secarse con un sol que no acababa con sus feroces ataques. El hombre comenzó a escarbar con sus manos escaldadas. Arena y dolor habitaban aquel recinto no propiciador de vida. Depositó el debilitado arbusto y lo sembró a conciencia. El arbusto no mejoraba y las hojitas empezaron rápidamente su descenso. Ya desesperado, aquél hombre tomó su cantimplora y vació el liquido cristalino hasta quedar sin gota alguna. Pasaron las horas, el hombre ya reseco y deshidratado siguió velando con gran ahínco por la vida del pequeño arbusto hasta que sus latidos agonizantes se detuvieron. El hombre de turbante atravesó el árido desierto con su pequeño arbusto en manos. Ambos sedientos y exhaustos por el largo recorrido decidieron detenerse para descansar. El arbusto comenzó a secarse con un sol que no acababa con sus feroces ataques. El hombre comenzó a escarbar con sus manos escaldadas. Arena y dolor habitaban aquel recinto no propiciador de vida. Depositó el debilitado arbusto y lo sembró a conciencia. El arbusto no mejoraba y las hojitas empezaron rápidamente su descenso. Ya desesperado, aquél hombre tomó su cantimplora y vació el liquido cristalino hasta quedar sin gota alguna. Pasaron las horas, el hombre ya reseco y deshidratado siguió velando con gran ahínco por la vida del pequeño arbusto hasta que sus latidos agonizantes se detuvieron.
El arbusto creció y creció en forma vertical. Para sobrevivir al ambiente hostil, se armó de unas espinas que cubrían toda su corteza acartonada. Se dice que aquella planta almacena el agua de las lluvias, y la reserva como tributo a la vida y a la humanidad del hombre que dio su vida por sembrarla.