Perdonando al maestro. Cuentos cortos románticos


Perdonando al maestro

Autor: Hugo Alberto Patiño Moreno

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Cuento publicado el 28 de Diciembre de 2011


A Juan Manuel lo conocí hace mucho tiempo en una obra en construcción, cuando coincidimos trabajando en ese lugar; él como maestro de obra y yo como pintor de acabados. No se me puede olvidar lo estricto y exagerado que era con sus empleados, en especial con un muchacho de aspecto humilde, muy educado que denotaba la pobreza en sus ropas, aunque vale la pena mencionar que siempre estaba relucientemente limpio.

El maestro era bastante grosero regañando al chico. Tanto que muchas veces lo humilló frente a todos nosotros diciéndole que si no le gustaban las cosas como él las pedía, sencillamente podría tomar sus cosas y marcharse pues la puerta era lo suficientemente grande para irse. No le daba un minuto de descanso aludiendo que para eso se le pagaba.
Este chico cargaba arena y cemento desde el primero hasta el cuarto piso todo el día y cumplía básicamente funciones de ayudante de construcción. Si paraba unos instantes a tomar aire, el maestro le pasaba una escoba para que barriera y no perdiera el tiempo mientras reposaba, repitiéndole una y otra vez que en ese lugar no se podía quedar sin hacer nada. Recuerdo que todos los días, cuando llegaba la hora del almuerzo, él chico se escondía bajo unas escaleras para tomar sus alimentos y yó accidentalmente descubrí que lo hacia porque sentía vergüenza de que los demás se dieran cuenta que solo llevaba una porción de arroz con medio huevo frito. Sí, tal como lo dije. Medio huevo frito con una porción de arroz todos los días; y pensar que existe gente que bota la comida.
Cuando se enteró que lo había descubierto abrió su corazón y me confeso lo siguiente:
Mencionó que vivía con su madre inválida y dos hermanos menores. Que pagaba el alquiler del lugar donde vivían y que además costeaba el estudio de esos niños porque su padre había muerto cuando el estaba pequeño. Me dijo también que tenia que soportar las humillaciones del maestro porque con lo poco que ganaba solventaba los gastos de su familia, y que desafortunadamente era la única opción de trabajo que tenia. Posteriormente supe que asistía a una universidad publica, becado por haber sido un excelente estudiante y que se dirigía hasta la institución a pie para poder ahorrar algo de dinero. Cuando les conté esto a algunos de mis amigos de la obra, terminaron colaborándole al muchacho y él noblemente aceptó la ayuda.


Al cabo de un tiempo, mataron al dueño de la edificación. Al parecer andaba enredado en negocios turbios. Lo único cierto es que el trabajo de la construcción se puso muy malo en el país y el desempleo en ese campo aumento exageradamente. Todos nos quedamos sin trabajo y yo perdí el rastro de todas las personas que laboraban conmigo incluyendo a Juan Manuel y al muchacho.

Pasaron varios años y en el centro de la ciudad me encontré al maestro. El se alegró de verme y cuando le pregunte por su vida me relató una historia que me dejó sorprendido.
Me dijo que después de que cerraron la obra empezó a sufrir momentos desagradables porque no conseguía trabajo. Que tuvo que empezar a vender las cosas que tenía para no aguantar hambre, que estuvo a punto de perder su casa y le faltó poco para suicidarse pues la situación era insostenible para él y su familia. No puedo negar que por dentro sentí algo de satisfacción cuando recordaba lo injusto que él era con las personas, en especial con su ayudante, pero la verdad es que me invadió la lastima cuando imagine desmoronado aquel hombre que en otros tiempos era fuerte y firme como un roble.
Prosiguió su relato comentándome que su tabla de salvación había sido una multinacional extranjera que abrió una sucursal en la ciudad. Cuando llegó a la entrevista después de una larga espera, le dijo el asesor que todo dependía del gerente nacional y que solo se quedaban trabajando en la empresa los que él seleccionaba personalmente. El maestro me confesó con lágrimas en los ojos que se puso a llorar como un niño cuando al entrar en la oficina descubrió que el gerente nacional que decidía todo en esa empresa era ese muchacho que él humillaba sin compasión. Pero su llanto no fue por la vergüenza al recordar lo miserable que había sido con ese chico en ese entones, sino por la nobleza que este muchacho ahora convertido en hombre le demostró; porque cuando vio que era Juan Manuel, se levantó de su silla y corrió a abrazarlo de emoción y le dijo a su asesor con orgullo que ese hombre era su maestro, que a él le debía todo lo que aprendió en esta vida y que quería que trabajara con ellos de inmediato. Desde ese entonces y hasta la fecha Juan Manuel trabaja en la multinacional y aprendió la lección del mejor de sus discípulos.

//alex


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Últimos comentarios sobre este cuento

Fecha: 2011-12-28 09:19:18
Nombre: Martha Susana
Comentario: que lección!!!!!! ojala se diera siempre esta clase de situaciones, para que los soberbios bajen del pedestal y triunfen los humildes!