¿Se suicidò Salvador Allende Gossens?
Autor: Xuxo Pereira
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¿Quièn no sabe que Allende no puede haberse suicidado como nos enseña actualmente la Historia tergiversada?
Segùn el sentido comùn, un hombre tan valiente y altivo, un macho latinoamericano que diò la vida por sus ideales, no puede haber cometido suicidio.
Pero ese es tema para otro cuento. Dejemos que la Historia siga su curso.
"El mèdico chileno Salvador Allende fuè recogido exànime del barro, en un duelo a pistola, acaecido ayer en las afueras de esta ciudad. Su adversario, el abogado Raùl Rettig, autor del disparo, fuè atendido en el sitio, presa de profunda depresiòn."
Asì titulaba un diario regional refirièndose al evento.
Ambos, Rettig y Allende eran senadores de la Repùblica. A raiz de chismes, verdaderos y falsos, el mèdico estaba sumamente molesto con el abogado. Cuentan que el drama tomò forma cuando ambos senadores se encontraron frente a frente en el jardìn del Parlamento.
Finalizaba el mes de julio y la Cordillera lucìa virginal con su traje de novia. La eterna llovizna del invierno santiaguino atenuaba un poco la fogosidad de la discusiòn.
Con su acostumbrado sarcasmo, Allende exigiò a Rettig que le respondiera "ahora mismo" el porquè de su oposiciòn respecto de cierta propuesta que aumentarìa los dìas de vacaciones de los mineros.
-Hace tiempo (respondiò el abogado) que rendì mis exàmenes finales. Yo sòlo respondo lo que quiero.
-Claro, (ripostò Allende) Ud. ignora la materia. No responde porque sencillamente es un trànsfuga.
La sangre huyò de la faz del abogado, antes sonrojada por el frìo ambiental.
-¿Se atreverìa Ud. a repetir esa infamia fuera, en la calle? (Preguntò Rettig, colèrico).
-Le advierto (burlose Allende) que puedo enviarlo al hospital.
-No sòlo al hospital (dijo Rettig aludiendo la profesiòn de su antagonista) ¡Tambièn al cementerio... como a muchos!
Y asì continuaron caldeàndose los ànimos. Mientras algunos presentes, maquiavèlicamente atizaban la hoguera, otros, entre ellos el senador Eduardo Frei Montalva intentaban diluìr la confrontaciòn.
Era bien conocida la correcciòn y seriedad del abogado, enemigo de culteranismos y discursos rimbombantes. Contrariamente, Allende era risueño y extrovertido, con un encantador sentido del humor muchas veces incomprendido. Por eso, cuando Rettig mencionò la intenciòn de entrar al recinto por estar "aterido de frìo", Allende captò el pleonasmo en el aire y lo corrigiò de este tenor: "El participio -aterido-, su señorìa, es lògico que se refiere al frìo. Tiene funciones de adjetivo, pero tal vez, como verboide, puede recibir complementos. (Y siguiò con la verborrea) La estructura completa funciona como predicativo subjetivo no obligatorio. Si ignoramos (recalcò -ignoramos-) el pleonasmo, la interpretaciòn sintàctica es descabellada, pero serìa la primera pasiva perifràstica que se observa sin el verbo auxiliar. Es decir, un sintagma. ¿Entendiò SU- SE-ÑO-RÌA?".
Se escucharon tocesitas disimuladas y algunos voltearon la cara, tapàndose la boca.
El abogado, casi con el control perdido, hizo alarde de avanzar contra el mèdico. Los presentes lo contuvieron, pero ya era tarde. El duelo se habìa sellado.
Con padrinos y demàs, como debe ser, se citaron a las afueras de Santiago en las orillas paradisìacas del Mapocho.
A principios de agosto de 1952, se citaron.
Lejos estaba el Dr. Allende de suponer que este serìa el primero y ùltimo duelo de su vida. Mucho menos podìa imaginarse que morirìa herido de bala.
Posteriormente dirìa Rettig en sus memorias "Fuè una estupidez. Yo era muy amigo de Salvador".
A las ocho de la mañana, aùn no se habìa derretido la joyerìa helada en el pasto del paraje. Los àlamos desnudos observaban aterrados (y ateridos) el drama. El rìo mismo hubiese querido detenerse para ser testigo de tan singular desafìo. Allende, ducho en armas de fuego, caminaba incòlume, orondo y mordaz de espaldas a su enemigo mientras èste hacìa lo propio. Ni un pàjaro, ni un insecto ni un mamìfero se dejaban ver en el claro, pero seguramente espiaban con un sòlo ojo a la extraña comitiva. El barro, espeso y gèlido, producto de varios dìa de lluvia, ensuciaba los nuevos y pulidos zapatos de los notables asistentes y dejaba salpicaduras en los ruedos de paño fino.
Vigilados y asistidos por los testigos, los duelistas se acercaron inexorables a los diez pasos de rigor. Rettig fuè el primero que volteò su cuerpo. Casi de inmediato Allende tambièn lo hizo y parsimoniosamente se apuntaron, como dos caballeros. Dos segundos eternos marcaron el antes y despuès del terrible drama. Pareciò en esos dos segundos que ninguno de los contendientes salìa de su paràlisis.
Aterrado, uno de los padrinos de Allende observò que, sin lugar a dudas, èste apuntaba la fronda empapada de una altìsima araucaria a espaldas de su oponente. Pensò sin hablar. Se tapò la boca con el pànico pintado en sus ojos ("Màs abajo, Salvador, ¡MÀS ABAJO!). Los dos tiros reventaron al unìsono e instantàneamente, mientras su balazo acertaba limpiamente a la niebla, Allende se desplomò en el barro.
No fuè esa caìda lenta, ensayada de las pelìculas. No tambaleò. No se llevò las manos al pecho ni exclamò el clàsico ¡ay mi madre!. Nada. Fuè como si un gran imàn atrajera a un clavo realengo. ¡Splash!. Ahì quedò el senador tendido, rìgido, desafiando al cielo con el fango hasta las orejas.
Fuè tal el escàndalo del acontecimiento y de tan alto calibre los personajes involucrados, que desde entonces, los duelos fueron prohibidos en Chile.
Con la cara bañada de làgrimas, diluìdas por la lluvia que empezaba a caer, Astolfo Tapia y Armando Mallet, padrinos e ìntimos amigos de Allende, corrieron y se inclinaron sobre el cuerpo. Tapia perdiò el control y llorò espasmòdico sobre el pecho abierto de su amigo.
-¡Se mueve... se mueve! -gritò. Pero fuè inùtil cualquier auxilio. En extraño movimiento postrero, Allende recogiò las piernas como un fakir, se sentò en el charco y cual avezado saltimbanqui, de un àgil salto se puso de pie frotàndose el occipital. -¡Maldito barro! -Exclamò. -Me resbalè.
Salvador estaba intacto.
Socarronamente explicò que el retroceso del arma al disparar, hizo que perdiera pie en el lodo resbaloso como jabòn y al caer se golpeò la cabeza, perdiendo por segundos la conciencia.
Eso dijo, pero quienes le conocìan sus travesuras... nunca le creyeron.
Salvador Allende y Raùl Rettig se hicieron amigos y esta relaciòn durò hasta los tràgicos sucesos de 1.973, cuando el mèdico perdiò la vida.
Asesinado con bala, por supuesto.
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Últimos comentarios sobre este cuento
Nombre: Cèsar Muñoz
Comentario: MI CORREO: aabad62@hotmail.com
MIL GRACIAS POR LOS CONCEPTOS.
Fecha: 2011-10-21 18:43:49
Nombre: Cèsar Muñoz
Comentario: PARA SERGIO21MANUEL Y LOS DEMÃS AMIGOS QUE ME HAN ESCRITO. Pueden leer todos mis cuentos en este mismo portal bajo los seudònimos de:---Cèsar Muñoz---aabad62---Xuxo-Pereira---Jesùs Pereira.
Gracias por los conceptos. Respondo todos los email recibidos.
Fecha: 2010-08-09 15:25:02
Nombre: Lenìn
Comentario: Bellìsimo estilo e interesante anècdota. Està completo: drama, poesìa, humor y oficio. Este autor darà que hablar en el futuro.
Felicitaciones.
Fecha: 2010-08-01 21:46:03
Nombre: Jesús
Comentario: Eres una detectiva Corazón Gitano. Me dejas estupefacto.
Todo esto sucerdió en realidad y Salvador
Eres una detectiva Corazón Gitano. Me dejas estupefacto. Todo esto sucedió en realidad, y a Salvador Allende lo asesinaron vilmente.
Fecha: 2010-08-01 17:16:08
Nombre: Tomi
Comentario: Muy bueno. Si no me equivoco,como tú acostumbras. Un abrazo.
Fecha: 2010-07-26 15:01:00
Nombre: carlos
Comentario: Muy interesante este cuento, porque aclara la duda que tenÃan las personas , sobre la muerte de Salvador Allende, un hombre tan valiente jamás se suicida.... Adelante Xuxo...