Eran las siete de un dÃa lunes y se le hacÃa difÃcil comenzar la jornada de trabajo, más teniendo en cuenta que el fin de semana habÃa transcurrido de una forma estupenda.
El cumpleaños del padre de Takeshi los reunió el dÃa sábado y el domingo lo disfrutó con sus padres hasta las primeras horas de la tarde, momento en que decidió retirarse para descansar y aprontar lo necesario para el inicio de una nueva semana de trabajo.
Lentamente se duchó, observando como el agua tibia resbalaba por su cuerpo en aquella mañana de verano. Sonrió cuando pasó por su mente la idea de contar con la presencia de Takeshi.
El aroma de la espuma le resultaba agradable; luego se envolvió con una toalla de variados colores pastel y se dirigió al dormitorio para vestirse.
Ropa clara, fresca, para un dÃa que se anunciaba como caluroso, pensó.
Tocó su piel joven y suave acariciada por la colonia que él le habÃa regalado hacÃa pocos dÃas. El pelo aún mojado dejaba caer gotas de agua fresca sobre su cuerpo y la alfombra azul.
Mientras preparaba su desayuno el sol iluminaba, tibio, el lugar. Sus movimientos eran lentos, sin urgencia, como todos los dÃas.
Estaba a pocos minutos de su trabajo donde se dirigirÃa caminando, como siempre.
Ese dÃa Takeshi habÃa partido muy temprano pues debÃa viajar más de doscientos kilómetros para comenzar su tarea en la construcción de un nuevo puente.
El reloj marcaba las 7 y 28 y eso le indicaba a ella que aún faltaba una hora para ingresar a la oficina.
Durante unos minutos quedó pensativa navegando en los proyectos de futuro y las acciones que le demandarÃa su próximo matrimonio.
El movimiento matinal de la calle la sacó de sus pensamientos.
El sol comenzaba a hacer sentir cada vez más el calor y el informativo de la mañana comunicaba que la temperatura llegarÃa al mediodÃa a los treinta y cinco grados.
Después, el mes próximo, en setiembre, llegarÃan las lluvias acompañadas, como todos los años, de fuertes vientos.
Para Kazuyo las lluvias tenÃan cierto atractivo pero los vientos le provocaban temor.
Los notaba totalmente impredecibles y eso no le agradaba.
El temor por los vientos habÃa estado siempre con ella durante sus veintiocho años de vida.
A las 7 y 46 de la mañana se retiró hacÃa la oficina disfrutando anticipadamente del calor y el paisaje urbano que debÃa recorrer.
Le agradaba caminar por el parque cuidado y arbolado.
A esa hora observaba la gente que con paso ágil se dirigÃa al trabajo, igual que ella.
Le llamó la atención una pareja ya entrados en años hablando visiblemente contentos y trató de imaginar el tema que los alegraba.
Más allá, unos pocos niños jugaban despreocupados entre ellos mientras las madres los observaban sonriendo, el buen tiempo y el fresco de la mañana acompañaban para ese encuentro. El transito a esa hora era rápido pero ordenado.
Se encontraba relativamente cerca de la oficina, y teniendo en cuenta que el gran reloj del comercio que ofrecÃa la venta de una reconocida marca de vehÃculos indicaba las 8 y 06 minutos, eso le daba tiempo suficiente para detenerse un instante en la vidriera de un comercio que recién comenzaba a abrir sus puertas.
Se prometió que a la salida de la oficina volverÃa a realizar la compra de aquella pollera, blanca como la nieve, que le pareció notablemente elegante, imaginándola sobre su cuerpo delgado.
HabÃan transcurrido algunos minutos y se decidió a cruzar la calle que la llevarÃa, dos cuadras más adelante, al edificio de tres pisos donde estaba ubicada la oficina que la ocuparÃa durante ocho horas de trabajo.
Eran las 8 y 13. Al llegar a la puerta giratoria de ingreso se detuvo un instante para observar, sin comprender, como se encendÃa el cielo con una luz blanca, brillante. LlegarÃa rápidamente un fuerte viento, el que ella tanto temÃa, y también en una fracción de tiempo imposible de medir, se encenderÃa ella misma y todo a su lado.
Era verano, y el tiempo se detuvo a las 8 y 16 de un 6 de agosto.
En setiembre se esperaba una nueva temporada de lluvia y viento en Hiroshima.
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Últimos comentarios sobre este cuento
Nombre: Carmen
Comentario: Un cuento tan triste como ese triste dÃa en que miles de historias quedaron truncadas en Hiroshima. Un saludo desde Argentina.
Fecha: 2010-01-30 18:46:25
Nombre: Cesar Muñoz
Comentario: Da gusto leer un cuento asÃ. Impecable en todo sentido e interesante trama. Felicitaciones al autor.