La palabra es un hombre errante que se define a cada paso, que toma sus pertenencias y aborda el intrincado pero siempre firme sendero de los conceptos. Aborigen temerario, trazándose nuevamente al encuentro con sus semejantes; taparrabos de metáforas y lanza de cupidos; ritos de humos cordiales, como la complicidad con un mate bien cebado o un poema.
La palabra es un hombre errante que se define a cada paso, que toma sus pertenencias y aborda el intrincado pero siempre firme sendero de los conceptos. Aborigen temerario, trazándose nuevamente al encuentro con sus semejantes; taparrabos de metáforas y lanza de cupidos; ritos de humos cordiales, como la complicidad con un mate bien cebado o un poema.
Hay palabras de amor, palabras de esperanza, palabras de piedad, palabras solapadas, encrucijadas, desgarrantes. Se hacinan y redefinen en el fértil vientre de los párrafos, una suerte exacta de caricias o dagas; potencia o languidez en el cíclico repiqueteo de las juntas, coaccionando para gloria o tragedia, para trascender en la lírica del artista o recaer en la sórdida expresión de un insulto. Pero quebrando la definición orgánica de su esencia, algunas se lanzan solas a la aventura, como un monosílabo audaz que la conforma, en otra escala, sorteando con valor los embates de los formales argumentos que evitan las agujas y se clavan las espadas. Estas palabras se abren paso con el objeto sólo de definirse por si solas, con todo el potencial que las llevará allí, donde los cetros y las coronas son administradas justicieramente. Hay pocas a las que les gana la osadía y la autoconfianza y llegan antes y solas, sabiendo que su definición certifica su contenido y la brecha que abren será el motivador de las oraciones pobres, de los párrafos desdeñables y de los argumentos sin sentidos.
Lamentablemente hay pocas capaces de atribuirles tal proeza pero las tales saben destacar su presencia, un hombre errante y elocuente, un aborigen temerario y sabio, un precursor de senderos, una palabra de fe.
//alex
Cuento publicado el 07 de Octubre de 2015
Hay palabras de amor, palabras de esperanza, palabras de piedad, palabras solapadas, encrucijadas, desgarrantes. Se hacinan y redefinen en el fértil vientre de los párrafos, una suerte exacta de caricias o dagas; potencia o languidez en el cíclico repiqueteo de las juntas, coaccionando para gloria o tragedia, para trascender en la lírica del artista o recaer en la sórdida expresión de un insulto. Pero quebrando la definición orgánica de su esencia, algunas se lanzan solas a la aventura, como un monosílabo audaz que la conforma, en otra escala, sorteando con valor los embates de los formales argumentos que evitan las agujas y se clavan las espadas. Estas palabras se abren paso con el objeto sólo de definirse por si solas, con todo el potencial que las llevará allí, donde los cetros y las coronas son administradas justicieramente. Hay pocas a las que les gana la osadía y la autoconfianza y llegan antes y solas, sabiendo que su definición certifica su contenido y la brecha que abren será el motivador de las oraciones pobres, de los párrafos desdeñables y de los argumentos sin sentidos.
Lamentablemente hay pocas capaces de atribuirles tal proeza pero las tales saben destacar su presencia, un hombre errante y elocuente, un aborigen temerario y sabio, un precursor de senderos, una palabra de fe.
Otros cuentos que seguro que te gustan:
- Los anteojos del abuelo
- ¡Sólo el amor construye!
- El hombre, la montaña y el tesoro
- Locura de amor infiel
- La niña del colegio
¿Te ha gustado este cuento? Deja tu comentario más abajo
(Nota: Para poder dejar tu comentario debes estar registrado.Todavía no lo estás? Hazlo en un minuto aquí)
Últimos comentarios sobre este cuento